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My Lola Lita

I’m nearing my 10-year anniversary of moving to Vancouver from my home country, the Philippines. It’s been a very, very long time!

One of the bigger life questions I am often asked is whether I would move back home? Where I would eventually settle down? My answer is: I have no idea.

It’s fun to talk about this hot topic with peers in the same boat as me, weighing the pros and cons of living in either country.

“All the hiking and skiing in Vancouver! But the white-sand beaches in the Philippines? Weed is legal in BC. Traffic is terrible in Manila. Sometimes it’s really lonely abroad. President Duterte is out to kill us all!”

But it’s not such a fun topic whenever my Lola Lita asks me. “Lola” means grandma in Filipino. She’s been to Vancouver often and loves it here, however, home is home. She makes that very clear to me.

In her mind, you go abroad to get that university degree and the first of few years of work experience, but you come straight home to your parents and grandparents quickly after that. It’s home where you grow your family and career. She also hates how it’s so cold in Canada.

I remember the one phone call I had with her. She was definitely in a hardened mood in the moment, as she told me firmly — as if it was an absolute demand — that I move home as soon as possible, that she would find me a job (better than the great one I had right now), that she would find me a good husband (better than the great boyfriend I had right now), and that there was no other reason I should not prefer to be back home. I love her so much that I was shaken by it and felt I should move back home just for her.

That was one of the last phone conversations I had with her. She passed two months later after a bad fall, at a peak of the pandemic in June 2020, at 90 years old.

It’s the most terrible thing, to have a loved one pass away, on the opposite side of the world from where you are, in the middle of a global pandemic and lockdown, when no one is allowed to get out of the house, let alone to travel.

I felt so far away that maybe if I just stopped looking at all the messages and Facebook that this reality would stop happening. I wouldn’t have to believe it.

Grieving alone, in a pandemic, was really tough. My sister and I would call our parents back home and talk and just try our hardest to be strong.

Part of the Filipino tradition during someone’s death was participating in a 9-day Novena, where family and friends come together for a time every day to pray for their soul and also celebrate their life.

Not even a pandemic can stop our Filipino traditions, so we had that novena over Zoom™. Every night, for 9 days, family and friends came together for two hours to say a long prayer and then people would speak up and share stories and photos.

Over the Zoom™ calls, I began to realize just how many of our family and friends were abroad – Canada, USA, Portugal, Germany, Hong Kong. And yet, they all showed up every night to share how much they loved her and the impact Lola Lita has had in their lives.

We talked about how we will miss all the travelling with her, all the big fiestas she would hold in her house, her Filipino home-cooking, her empanadas.

But the biggest impact she has had on everyone? She was the ultimate matriarch and she always ensured that we stayed together, kept in touch, and never forgot each other, even as people grew apart, moved abroad, or found different paths in life.

I spoke to everyone about how I think we live her legacy by keeping family our priority, and by getting together through travel, fiestas, and just reaching out to each other. I closed my eyes and silently promised her that I would settle down wherever my mother, father, and sister will be. Wherever that is in the world. That’s what I inherited from my Lola Lita.

Mi Lola Lita

Me estoy acercando al décimo aniversario de mi mudanza a Vancouver desde mi país natal, las Filipinas. Ha sido un tiempo bastante largo.

Una de las preguntas principales de vida que me preguntan frecuentemente es ¿Si regresaría a casa?  ¿Dónde me establecería eventualmente? La respuesta es: no tengo idea. 

Es divertido hablar de este tema candente con compañeros que están en el mismo barco que yo, pesando los pros y contras de vivir en otro país. 

“¡Todo el senderismo y esquí en Vancouver! ¿Pero las playas de arena blanca en las Filipinas? Mota es legal en la Columbia Británica. El tráfico es horrendo en Manila. A Veces es solitario estar en el extranjero. ¡El Presidente Duterte nos quiere matar a todos!” 

Pero no es un tema tan divertido cuando me pregunta mi Lola Lita. “Lola” significa abuela en Filipino. Ha venido a Vancouver con frecuencia y lo ama, pero, casa es casa. Eso ella me lo dice muy claro. 

En su mente, te vas al extranjero para conseguir ese título y esos primeros años de trabajo, pero regresas directo a casa, a tus padres y abuelos rápidamente después de eso. Es en casa donde crias a tu familia y te desarollas en tu carrera. También odia como hace tanto frío en Canadá. 

Recuerdo una llamada que tuve con ella. Estaba definitivamente de un humor curtido en ese momento, ya que me dijo firmemente — como si fuera una demanda absoluta — que debería de mudarme de regreso tan pronto como fuera posible, y que me encontraría un trabajo (mejor que el muy bueno que tengo ahorita), y que me encontraría un buen esposo (mejor que el gran novio que tengo ahorita), y que no había otra razón por la cual no debería de preferir estar de regreso en casa. La amo tanto que estaba agitada por ello y sentí que debería regresar a casa solamente para ella. 

Esa fué una de las últimas conversaciones por teléfono que tuve con ella. Falleció dos meses después debido a una mala caída. En un pico de la pandemia en Junio de 2020, a los 90 años de edad. 

Es lo más terrible, que fallezca un ser querido en el otro lado del mundo de donde estás tú, en medio de una pandemia global y aislamiento, donde a nadie le está permitido salir de casa, menos salir de viaje. 

Me sentí tan lejana que quizás si paraba de mirar todos los mensajes y Facebook™ que esta realidad pararía. No lo tendría que creer. 

Afligida a solas, en una pandemia, fue muy difícil. Mi hermana y yo llamábamos a nuestros padres allá y hablamos e intentamos nuestro mayor esfuerzo para ser fuertes. 

Parte de la tradición filipina durante la muerte de alguien es participar en una Novena, donde familia y amistades se juntan por un tiempo todos los días para rezar por sus almas y también celebrar sus vidas. 

Ni la pandemia pudo parar estas tradiciones filipinas, entonces tuvimos nuestra Novena en Zoom™. Cada noche, durante nueve días, familia y amistades se juntaron por dos horas para decir un rezo largo y luego gente empezaba a compartir cuentos y fotos. 

A través de las llamadas de Zoom™, me empecé a dar cuenta de cuántos de nuestra familia y amistades estaban en el extranjero — Canadá, Estados Unidos, Portugal, Alemania, Hong Kong, Y aun así, todos aparecieron cada noche y compartieron que tanto la amaban y el impacto que Lola Lita ha tenido en sus vidas. 

Hablamos de que tanto extrañamos todos los viajes con ella, de las grandes fiestas que celebraba en su casa, su comida casera filipina, sus empanadas. 

Pero ¿El impacto mayor que ella ha tenido en todos? Era la matriarca esencial y siempre se encargaba de que estuviéramos juntos, mantenernos en contacto, y núnca nos olvidáramos entre nosotros, aun cuando la gente creció distante, se mudara al extranjero, o encontrara distintos caminos de vida. 

Hablé con todos de cómo pienso que vivimos su legado manteniendo a la familia como nuestra prioridad, y juntándonos en viajes, fiestas, o solamente estando en contacto. Cerré mis ojos y silenciosamente le prometí que me establecería dónde sea que mi madre, padre, y hermana estuvieran. Dónde sea que sea en el mundo. Eso es lo que heredé de mi Lola Lita. 


Written and shared in English by Maia in the winter of 2021.
Translated into Spanish by Oscar Alfonso.
Escrito y compartido en inglés por Maia en el invierno de 2021.

Traducido al español por Oscar Alfonso.